martes, 24 de noviembre de 2009

¿Hacia qué lado apunta la gota?

En plena efervescencia de la moda vampírica realimentada por el estreno de la nueva película de la saga de Crepújculo (con la actuación estelar del inefable Taylor Lautner), mi facultad se ha llenado en los últimos días de gotas de sangre. No, no es la fantasía de un psicópata hecha realidad: se trata de una simpática campaña para promover la donación de sangre. Empezó, tímidamente, la semana pasada, y no ha hecho sino ir a más hasta el clímax hemofílico de hoy, cuando el suelo ha aparecido lleno de gotas de sangre de papel que conducían desde las aulas hasta el autobús de la campaña, aparcado en el exterior del edificio.

Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención es la orientación de las gotas. Por su simetría bilateral, una gota define una dirección sin posibilidad de error, pero, ¿nos dice en qué sentido hay que recorrerla? Expresado de otra manera, ¿hacia dónde señala esta gota?

Gota de sangre

Parece ser que quienes las colocaron en mi facultad responderían que hacia la derecha. Resulta razonable, porque el pico de una gota es su único punto singular (de hecho, es singular también en un sentido matemático), y además recuerda a la punta de una flecha.

Una flecha es un clarísimo y genial icono de una flecha. Trivial, el propio nombre lo evidencia. Y como nadie lanzaría una flecha con la punta hacia atrás, todos sabemos a qué lado señala una flecha. Esta lo hace a la derecha:

A menos, por supuesto, que nunca hubiéramos visto una flecha. En ese caso podríamos pensar perfectamente que mira a la izquierda. Y no pasaría nada, mientras todos estuviéramos de acuerdo. (Claro que entonces convendría cambiarles el nombre y llamarlas, por ejemplo, focos, por su semejanza a los rayos divergentes de una fuente de luz.) La convencionalidad de un signo.

El problema es que el dibujo idealizado de una gota es otro claro ejemplo de icono. Como las gotas caen hacia (en cierto modo, sobre) su parte redondeada y la flecha del tiempo es la mejor flecha que conozco, a mí no me queda ninguna duda de que la gota de antes apunta a la izquierda. De modo que el círculo se cierra, y la sangre donada regresa a las aulas; metafóricamente, vuelve a las venas de aquellos que la necesiten. Queda bonito, ¿no?

He dicho que las gotas caen hacia su parte redondeada. Es algo rigurosamente cierto, porque, en realidad, las gotas sólo tienen parte redondeada. Las gotas son suaves (en un sentido matemático), porque así es como le gustan las cosas a la tensión superficial. Una forma espectacular de comprobarlo es iluminarlas con luz estroboscópica.

Epílogo

Y, en fin, yo no he donado. Me da mucho repelús la sangre. Ya se sabe, a machote no me gana nadie.

viernes, 20 de noviembre de 2009

Joder, Mikel

¿Nunca os habéis sorprendido preguntándoos a qué coño estáis jugando? Yo sí, me ocurre de vez en cuando, y, aún así, todavía no he encontrado una respuesta. No me gusta mi juego. No me gusta porque nunca gano. Y, sin embargo, sigo jugando, sin saber por qué. Empiezo a sospechar que vivir consiste en eso.

No conozco, pues, las reglas (porque las reglas son el juego —¿o no?—), pero conozco algunas jugadas, que la repetición me ha enseñado y listo a continuación. Si alguien quiere jugar, probablemente bastará con que elija unas cuantas al azar y, simplemente, las encadene de alguna manera.

  • Callar cuando no se debe; hablar cuando es más amable el silencio.
  • Lanzar una piedra al aire, hacia arriba, y correr en pequeños círculos, como intentando evitarla en su caída, pero sin hacerlo en realidad.
  • Enterrar un tesoro. El tesoro bien podría ser un cadáver. Digo «tesoro» porque entiendo que es algo que adquiere un valor a consecuencia de su condición de oculto, un uso quizá heterodoxo pero, espero, en absoluto ajeno.
  • Sorprenderse con nada: una nube, una hoja caída, unas gotas de agua. Una lavandera huye dando pequeños pasitos. El reflejo del sol en una ventana provoca un segundo atardecer.
  • Buscar respuestas (las preguntas son tan a menudo superfluas). Encontrarlas. Volver a empezar.
  • Contarse un chiste. Van dos en un vagón de tren y de pronto uno estalla en carcajadas. Ante la sorpresa de su compañero de viaje, explica: «Es que estaba contándome chistes y he llegado a uno que no me sabía».
  • Actuar sin público. O, lo que es lo mismo, actuar para uno mismo.
  • Escribir de manera incomprensible en un blog.
  • Dejarse lo más importante en el tintero...