Quizá en una astuta maniobra para obligarme a dedicar tiempo de estudio a publicar algo en mi blog, y así provocar mi decadencia y caída, Álex ha incluido en su blog un enlace al mío (¡Gracias!). Afortunadamente, he ideado un contraataque genial. Mi plan consiste en recomendaros que en vez de visitar mi bitácora, leáis la suya, que merece bastante más la pena, aunque, como yo, actualiza con una frecuencia que tiende asintóticamente a cero.
Hablar sólo de eso en una nueva entrada sería demasiado trivial. Esta es una palabra que uno empieza a usar indiscriminadamente en cuanto cursa alguna asignatura de matemáticas en la universidad. A veces desearía que los dioses me permitieran olvidarla, para que así ambos (la palabra y yo) pudiéramos descansar, pero, también, por supuesto, para poder vivir de nuevo el placer de descubrirla. El significado de esa palabra es tan amplio que uno está tentado de creer que carece de él. Un par de operaciones algebraicas elementales de un desarrollo bien pueden ser omitidas por tiviales, pero del mismo modo puede serlo una demostración de varias páginas de extensión.
«Para este hecho tengo una demostración maravillosa. Dicha demostración es demasiado trivial como para escribirla en el margen, y se deja por tanto como ejercicio a las generaciones siguientes de matemáticos.» Pierre de Fermat, en alguno de los universos posibles
Feynman ya señaló que el rasgo común de todo lo que en esta palabra converge es que es sabido; así, trivial es todo lo que ya se entiende, sin importar el esfuerzo que haya costado llegar a esa comprensión. Me gustaría aportar mi granito de arena complentando esta visión: si uno se fija bien, trivial significa, en prácticamente todos los casos, «tengo mejores cosas que hacer». En este sentido, esta entrada es trivial, porque debería estar estudiando.
Hécate, diosa de lo trivial, de la pluma de Mallarmé.