Este vídeo de Joan Jiménez ya ha salido en todas partes, así que no creo que os resulte nuevo. Yo lo vi por primera vez en Fogonazos. No os lo pongo aquí porque quiero que lo veáis en YouTube (manías mías). Se trata de una sucesión de preciosas fotografías en movimiento de Tokio. Me encanta cómo la música les confiere una entidad casi argumental.
Nunca he estado en Japón, aunque a veces lo he creído por un momento (una de esas veces se llama Lost in Translation). Inevitablemente, esto condiciona todo lo que voy a decir a continuación.
Inmediatamente me vino a la cabeza la reciente película Mapa de los sonidos de Tokio, de Isabel Coixet. Las comparaciones son siempre odiosas, pero esta es además improcedente: pretender confrontar una película con un vídeo de cinco minutos es absurdo (simplemente por la abismal separación de formato y género), en especial si es para defender la superioridad incondicional del segundo. Pero este contraste es significativo, pues ilustra de forma ejemplar dos formas opuestas de acercamiento a una cultura ajena, a saber: el turisteo y la inmersión.
Supongo que debería ser más preciso. Esperpénticamente, por turisteo me refiero a la actitud que hay detrás de pensamientos como «Oh, mira qué gracioso, los japoneses tienen correas para perros que incluyen un pequeño paraguas para el animal», frente a algo del estilo «El asfalto mojado refleja los faros de los coches, como lo haría en cualquier otra parte del mundo, y, aún así, el modo en que este asfalto devuelve la luz de este faro es único y hace inconfundible a esta ciudad». El turisteo se queda en lo anecdótico (y encuentra filones en lo chocante), mientras que la inmersión permea las diferencias en busca de su esencia.
No voy a arremeter aquí contra el turisteo; todos hemos sido turistas, y desde luego yo no me salvo. Sin embargo, no es lo que esperaba de una película con un título tan bello, tan sugerente, y, ¿por qué no decirlo?, tan pretencioso (y, a posteriori, tan inapropiado) como Mapa de los sonidos de Tokio.
La obra de Joan Jiménez, en cambio, se presenta bajo un título anodino, si bien viene apoyada por la siguiente reflexión:
La realidad es el contraste entre lo que tenemos dentro y lo que existe fuera. Os invito a un viaje compartido a Tokyo donde yo pongo los ojos y la música y cada uno de vosotros las sensaciones...
Confieso que la primera vez que leí estas palabras me parecieron una trivialidad. Sólo después de de una segunda lectura me di cuenta de que lo que transmitían no era ninguna estupidez. A propósito, el uso explícito de la segunda persona nos recuerda que, al fin y al cabo, todo es cuestión de opiniones.