Lo que más me jode es el silencio. No el que se hace cuando sobran las palabras, que puede ser solemne, tierno o incluso encendido, sino ese otro silencio metafórico que espera una respuesta que no llega. Ese es el que me jode. Porque a veces uno cree —y es cierto— que su vida depende de una palabra, y entonces hiere menos un no que un quizá, que es de su misma esencia, es cierto, pero deja vivir a la esperanza. El peor de los monstruos que liberó Pandora. Y sé lo que cuesta decir que no, porque yo (mea culpa) nunca he sabido decirlo cuando debía. Pero —admitámoslo— a menudo es lo único justo que puede hacerse. Y, al fin y al cabo, la justicia nos humaniza.