En plena efervescencia de la moda vampírica realimentada por el estreno de la nueva película de la saga de Crepújculo (con la actuación estelar del inefable Taylor Lautner), mi facultad se ha llenado en los últimos días de gotas de sangre. No, no es la fantasía de un psicópata hecha realidad: se trata de una simpática campaña para promover la donación de sangre. Empezó, tímidamente, la semana pasada, y no ha hecho sino ir a más hasta el clímax hemofílico de hoy, cuando el suelo ha aparecido lleno de gotas de sangre de papel que conducían desde las aulas hasta el autobús de la campaña, aparcado en el exterior del edificio.
Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención es la orientación de las gotas. Por su simetría bilateral, una gota define una dirección sin posibilidad de error, pero, ¿nos dice en qué sentido hay que recorrerla? Expresado de otra manera, ¿hacia dónde señala esta gota?
Parece ser que quienes las colocaron en mi facultad responderían que hacia la derecha. Resulta razonable, porque el pico de una gota es su único punto singular (de hecho, es singular también en un sentido matemático), y además recuerda a la punta de una flecha.
Una flecha es un clarísimo y genial icono de una flecha. Trivial, el propio nombre lo evidencia. Y como nadie lanzaría una flecha con la punta hacia atrás, todos sabemos a qué lado señala una flecha. Esta lo hace a la derecha:
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A menos, por supuesto, que nunca hubiéramos visto una flecha. En ese caso podríamos pensar perfectamente que mira a la izquierda. Y no pasaría nada, mientras todos estuviéramos de acuerdo. (Claro que entonces convendría cambiarles el nombre y llamarlas, por ejemplo, focos, por su semejanza a los rayos divergentes de una fuente de luz.) La convencionalidad de un signo.
El problema es que el dibujo idealizado de una gota es otro claro ejemplo de icono. Como las gotas caen hacia (en cierto modo, sobre) su parte redondeada y la flecha del tiempo es la mejor flecha que conozco, a mí no me queda ninguna duda de que la gota de antes apunta a la izquierda. De modo que el círculo se cierra, y la sangre donada regresa a las aulas; metafóricamente, vuelve a las venas de aquellos que la necesiten. Queda bonito, ¿no?
He dicho que las gotas caen hacia su parte redondeada. Es algo rigurosamente cierto, porque, en realidad, las gotas sólo tienen parte redondeada. Las gotas son suaves (en un sentido matemático), porque así es como le gustan las cosas a la tensión superficial. Una forma espectacular de comprobarlo es iluminarlas con luz estroboscópica.
Epílogo
Y, en fin, yo no he donado. Me da mucho repelús la sangre. Ya se sabe, a machote no me gana nadie.