viernes, 20 de noviembre de 2009

Joder, Mikel

¿Nunca os habéis sorprendido preguntándoos a qué coño estáis jugando? Yo sí, me ocurre de vez en cuando, y, aún así, todavía no he encontrado una respuesta. No me gusta mi juego. No me gusta porque nunca gano. Y, sin embargo, sigo jugando, sin saber por qué. Empiezo a sospechar que vivir consiste en eso.

No conozco, pues, las reglas (porque las reglas son el juego —¿o no?—), pero conozco algunas jugadas, que la repetición me ha enseñado y listo a continuación. Si alguien quiere jugar, probablemente bastará con que elija unas cuantas al azar y, simplemente, las encadene de alguna manera.

  • Callar cuando no se debe; hablar cuando es más amable el silencio.
  • Lanzar una piedra al aire, hacia arriba, y correr en pequeños círculos, como intentando evitarla en su caída, pero sin hacerlo en realidad.
  • Enterrar un tesoro. El tesoro bien podría ser un cadáver. Digo «tesoro» porque entiendo que es algo que adquiere un valor a consecuencia de su condición de oculto, un uso quizá heterodoxo pero, espero, en absoluto ajeno.
  • Sorprenderse con nada: una nube, una hoja caída, unas gotas de agua. Una lavandera huye dando pequeños pasitos. El reflejo del sol en una ventana provoca un segundo atardecer.
  • Buscar respuestas (las preguntas son tan a menudo superfluas). Encontrarlas. Volver a empezar.
  • Contarse un chiste. Van dos en un vagón de tren y de pronto uno estalla en carcajadas. Ante la sorpresa de su compañero de viaje, explica: «Es que estaba contándome chistes y he llegado a uno que no me sabía».
  • Actuar sin público. O, lo que es lo mismo, actuar para uno mismo.
  • Escribir de manera incomprensible en un blog.
  • Dejarse lo más importante en el tintero...