lunes, 29 de diciembre de 2008

Balance

Debido a una decisión hasta cierto punto arbitraria tomada en la reforma del calendario romano por Julio César, es frecuente en estas fechas plantearse cómo le han salido a uno los últimos doce meses. Sin embargo, la frágil memoria humana obliga a que la segunda mitad del año pese más en ese juicio. Es una lástima, porque creo recordar que las cosas me fueron bastante, o por lo menos relativamente bien hasta agosto y aún así, el sabor que me deja 2008 es muy ácido, y con intenso retrogusto amargo. Allá por septiembre, las cosas ya habían empezado a torcerse, y tenía oscuros presentimientos de que iría a peor. Concretamente, me invadió la sensación que este curso sería un segundo segundo, periodo de mi vida especialmente lúgubre por diversas razones que se resumen en una (¿Cuál? Me la callo; por mucho que nadie lea este blog, hay cosas que prefiero no airear...). Por desgracia, ya puedo decir que ha sido exactamente así.

Claro está, no todo ha sido malo estos últimos meses. Hay unas cuantas personas que han estado ahí para hacerlos más soportables y, francamente, no sé que habría hecho sin ellos. No voy a dar nombres, porque las listas son siempre incompletas, pero seguro que alguno de ellos llega a leer esto. Muchas gracias.

En fin, sólo me queda desear que el año que viene sea mucho mejor para todos. No tiene rima tan fácil como el anterior, es cierto, pero eso no significa que tenga que ser malo. Siempre queda una ventanita de esperanza (maldita, maldita Pandora...). Así que eso:

¡Feliz 2009!

sábado, 27 de diciembre de 2008

Esencia de cine destilada

¿Por qué no fiarse de un tráiler?

Porque el hecho de que se puedan condensar los tres o cuatro momentos cumbre de una película en un trepidante y conmovedor anuncio de un minuto no garantiza que lo que haya entre ellos sea interesante. Y es eso lo importante.

Hoy en día hay auténticos maestros del tráiler. A veces lo tienen muy fácil: hay películas que sólo son tráileres rellenos.

martes, 23 de diciembre de 2008

Apología del psicoanálisis

Sigmund Freud

Para todos aquéllos que no tengan el gusto de conocerle (comprendo que no todo el mundo tiene la habilidad de viajar en el tiempo), el señor ceñudo y barbado de arriba es Sigmund Freud, hoy conocido popularmente por tener mucho que decir al respecto (lo de menos es sobre qué). Éste es, probablemente, el retrato más terrorífico de un hombre que provocó pesadillas en la santurrona sociedad vienesa en el cambio del siglo XIX al XX, pesadillas, por cierto, a las que dedicó gran atención, si bien con resultados discutidos.

Actualmente, ronda por mi cuarto un volumen de La interpretación de los sueños. La noticia de que lo estoy leyendo tiende a provocar dos tipos de respuestas, cuyos paradigmas esperpénticos serían:

Caso 1:
Yo: Me estoy leyendo La interpretación de los sueños.
Amigo:¡Qué guay! La otra noche soñé que me comía un pulpo violeta, que entonces hablaba y decía ser mi padre. ¿Puedes decirme qué significa?
Yo: Eeehm... Tengo que irme. ^^U
Caso 2:
Yo: Me estoy leyendo La interpretación de los sueños.
Amigo: ¿Qué? ¿Por qué pierdes el tiempo leyendo eso? ¿No sabes que Freud era un miserable farsante?
Yo: Eeehm... Tengo que irme. ^^U

A los que hubieran optado por la segunda posibilidad, les invito a saltarse los tres párrafos siguientes. En seguida estaré con ellos, pero antes me gustaría exponer algo de lo que aparece en el libro.

La primera respuesta refleja la noción popular de que los sueños pueden interpretarse sin más que acudir a una especie de vademécum que recoja el significado de todas las posibles tramas oníricas (o, según otra creencia algo más elaborada, a un diccionario que permita sustituir cada elemento del sueño por aquello que simbólicamente representa, para después, sumando sus significados, hallar el sentido oculto; este método de interpretación adolece del mismo defecto que el anterior, aunque se encuentra más próximo a la teoría freudiana). Freud argumenta contra esta forma de entender los productos oníricos que ignora por completo la importancia capital del contexto: el mismo sueño no tiene por qué significar lo mismo para dos personas distintas. Por ello, es imprescindible en el análisis la participación del individuo involucrado.

Bien es cierto que hay símbolos dotados de una cierta universalidad (a nadie sorprenderá, por la fama que el padre del psicoanálisis tiene, que cualquier objeto alargado se considere inmediatamente sospechoso de símbolo fálico), como hay sueños arquetípicos que parecen comunes a toda la humanidad, pero por lo general, la interpretación completa sólo puede realizarse a la luz de las circunstancias personales en que el sueño emerge. En concreto, los acontecimientos recientes, que sirven de estímulo, pero también lejanos recuerdos infantiles —no podían faltar—, tan olvidados que casi siempre pasan desapercibidos. Incluso la lengua, y esto me pareció especialmente sugestivo, juega un papel en la elaboración onírica.

En resumidas cuentas: No, no puedo explicar qué significa soñar con un pulpo violeta parlante. A menos, claro está, que alguien esté dispuesto a hacer de conejillo de Indias y tumbarse en el diván... De todas formas, para los que les interese el tema, puedo decir que la tesis central del libro es que los sueños son una realización (por lo general disfrazada) de deseos (por lo general reprimidos).

Y ahora, dando un vertiginoso giro de 180º, vamos con la polémica.

Se han hecho numerosísimas críticas a la ideas de Freud, algunas realmente incontestables. Entre éstas, a mi juicio la principal es la de que sus teorías no son falsables, y por tanto, el psicoanálisis no puede ser considerado más que una pseudociencia. Lo que es más, estudios científicos (estos sí¹) han probado sus nulos resultados terapéuticos. Resulta irónico, entonces, que en una de las primeras entradas de este blog, de nombre, nada más y nada menos, El mundo es la totalidad de los hechos haya decidido defender un cuento que se las da de ciencia. Espero y confío en que no faltarán muchas más incongruencias de este tipo en el futuro.

Que algo no sea una ciencia, no significa que deba ser erradicado. Otra cosa muy distinta es que se deba callar que no lo es. Nada más lejos de la realidad: hay que proclamarlo bien alto. Para que nadie se llame a engaño. No obstante, que algo no sea una ciencia significa que no es un conocimiento falsable basado en la experiencia, no que carezca de toda utilidad.

Creo que el psicoanálisis posee un valor más allá de su veracidad (obviamente, uno no se pone a leer un tocho de casi 700 páginas porque sí). En primer lugar, hay que considerar el factor histórico. En 1900, no había forma técnica de acceder a los procesos cerebrales; las enfermedades mentales eran tratadas con métodos que hoy sólo pueden movernos a la risa o a la conmiseración y la mayor parte de las vertientes sexuales eran consideras perversas. En estas circunstancias, que un hombre sea capaz de elaborar todo un sistema coherente para explicar el funcionamiento psíquico, y, además, lo haga descansar sobre la sexualidad, me parece de lo más loable.

También está el, por así decirlo, aspecto filosófico. Creo sinceramente que algunas intuiciones de Freud son geniales: el uso de los sueños como una ventana hacia el mecanismo psíquico, la relación de las neurosis con actos inocentes de la vida cotidiana, la idea de un inconsciente pugnando por escapar de la represión... Aunque desde el punto de vista estrictamente científico, la introducción de estas hipótesis ad hoc, establecidas tras una generalización algo apresurada y fácilmente amoldables a cualquier evidencia en su contra, difícilmente puede ser justificada, no por ello dejan de ser ideas sumamente interesantes y, todavía hoy —un siglo después—, perturbadoras.

Obviamente, no soy ningún experto en neurociencias, por lo que ignoro hasta qué punto posteriores experimentos han permitido explorar la validez las tesis freudianas (sé que no muchas líneas más arriba he admitido que no son falsables, pero estoy seguro de que algo se puede hacer al respecto). Sin embargo, dudo mucho que su capacidad inspirativa se haya agotado, y por eso me permito realizar esta defensa. Espero no haberos aburrido demasiado.


lunes, 22 de diciembre de 2008

(Re)Inauguración del blog

Hace ya más de dos años que creé este blog, por razones que explico de manera escueta en la única entrada anterior a esta. Nació con otro nombre -El Bosque-, de ciertas resonancias míticas en mi mundo interior, pero, me temo, carente de sugestiones para la mayor parte de los habitantes de mi mundo exterior. Por supuesto, eso era lo de menos, dado que en ningún momento me planteé hacer algo serio de él (o, siendo más técnicos, nunca me lo plantee con las suficientes ganas como para que el producto ΔE·Δt saturara la Relación de Indeterminación).

Han pasado dos años. ¿Qué ha cambiado desde entonces? Bueno, básicamente, todo.

Naturalmente, el hecho de que todo haya cambiado garantiza que todo siga igual (verbigracia, yo continúo parafraseando indefectiblemente El gatopardo, esperemos que por muchos años), ilustrando una vez más que Parménides tenía razón y que Parménides no tenía razón, deliciosa paradoja que resuelve tal vez la eterna dicotomía que el eleático y el Oscuro establecieron. Sin embargo, si fijamos nuestra atención en los detalles, podemos llegar a percibir cambios de peso. Ignoro si éste es uno de ellos (de hecho, dudo que lo sea), y sólo el tiempo podrá decirlo.

En cualquier caso, he decidido darle un sentido a este blog. Claro está que no tengo nada interesante que contar, como tampoco lo tienen la práctica totalidad de los que escriben una bitácora. Aun así, puede que tenga algo que contar (y no es que sea un prodigio de la observación, pero me he dado cuenta de que un espacio de Windows Live no es la mejor herramienta para hacerlo). A ver qué tal sale.

Así pues, queda (re)inaugurado este blog. Hala.